Relato sin titulo

- ¿Adónde me llevas? - me preguntas.
- Al puerto, como otras veces. A ver los barcos, los pescadores, las olas. ¿No quieres ir?
- Como tú quieras - siempre la misma respuesta - ¿Están abiertas las tiendas de pájaros y flores?
- Claro, como siempre. En Las Ramblas siempre están abiertas las tiendas.
- ¿Y de noche?
- Eso no lo sé. Una noche venimos y lo comprobamos.
- De noche no nos dejan salir -adviertes-
- ¡Pues nos escapamos! 

Y al oírme te partes de la risa, como cada vez que digo alguna barbaridad.
Te describo el camino, que hace tiempo que no puedes ver. Te llevo de la mano y me convierto en tus pies.  Te explico el mundo, sencillo, para que lo entiendas. Los pájaros, el viento, el sol, la gente, el aroma de las flores. Y al llegar al puerto te hablo de los grandes barcos, que marchan muy lejos.  Algún día iremos en alguno de ellos.  Mañana, tal vez.

- Vámonos ya, - me dices -, es hora de cenar. Me acuestas y te vas a tu casa.
- Vale.

Al día siguiente bajamos a La Concha, a remojarnos los pies. Tomaremos el sol y por la tarde subiremos al Monte Igueldo, a sentarnos a la sombra de los árboles y mirar desde lo alto nuestra querida San Sebastián. Recordaremos cuando jugábamos con los primos, en la orilla.  Esos primos a quienes hace años que no vemos. Ay, esa familia que desaparece cuando sube la marea y el agua apenas deja espacio en la arena de la vida para disfrutar. La marea que cubre los cuerpos y a veces se los lleva, borrando las huellas y los recuerdos, sobre todo los buenos. Pero aquí estamos, tú y yo, a pesar de las mareas. A pesar de todo. 

- ¿Nos vamos ya? Va a ser la hora de cenar.
- Vámonos, sí.
- ¿Adónde iremos mañana?
- Donde tú quieras.
- ¡A Madrid!
- Vaaaale, pues a Madrid.  Espero que esté en el mismo sitio... 

Y te partes de la risa. Tienes las risa fácil, por suerte para ti y para mí. 

- Quiero ir a ver a los curas de Las Piqueñas. A bañarme en la piscina.
- Yo no sé si quedan curas allí.
- Era muy bueno el padre Damián. Me quería mucho.
- ¿Y los otros? -quiero saber.
- Algunos me querían menos - respondes sin pesar, y me estremezco.
- ¿Vamos a ver al padre Damián? 
- No puede ser, ya estará en el cielo.
- ¿Y los otros?
- En el infierno, espero. 

Y te vuelve a dar la risa. Por suerte para mí. Pones alegría donde los demás sólo vemos tristeza.

Me asomo a la ventana.  Hace una tarde preciosa, el sol inunda la habitación y en los árboles del jardín los jilgueros cantan como si no hubiera un mañana. Hacen bien, nunca se sabe.

Los bancos están llenos de gente y más allá, en el patio del colegio vecino, los niños juegan al fútbol. 

La vida estalla ahí fuera y cierro la ventana para no oírla.




Lagartija
Lagartija

Políticamente incorrecta. Lic. en Filosofía y CC. de la Educación. Profesora. Psicóloga. También escribo en infohispania.es

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