Quién vive y quién muere

Los técnicos de aquel lugar pasaban controles de calidad a los humanos que allí eran depositados.  Tras el triaje clasificaban rápidamente a aquellos seres imperfectos,  incompletos,  dañados.

"No será  objeto en el futuro  de medidas extraordinarias para preservar su vida",  rezaba aquella etiqueta en Arial 12, negrita,  cursiva y subrayado.  Etiquetas como aquella le convertían a uno en alguien desechable,  prescindible.  De repente una etiqueta devaluaba tu vida hasta el extremo.
Sólo queda una plaza libre en nuestra UVI,  y debemos reservarla para alguien más joven,  más fuerte,  más valioso.  Escasean los recursos y debemos administrarlos bien.  Esa persona deberá luchar por su vida ella misma,  porque el sistema no puede desperdiciar recursos en alguien "así"

La frialdad de su mirada contrastaba con la luz que sus cabellos rojizos irradiaban. Sobrecogía escuchar a alguien tan joven expresándose con tanta dureza: Cuando tenga una crisis no haremos nada por salvarle.  Ninguna maniobra merece la pena para mantener con vida a alguien "así".
Y de nuevo aquella maldita palabra,  que con tan sólo tres letras era capaz de hacer tanto daño, lanzada por la boca de quien debería mostrar una sensibilidad superior a la media.

En aquel lugar contrastaba el derroche de recursos para mantener unas vidas con la falta absoluta de  ellos,  para preservar otras.  Quienes realizaban cada día el control de calidad,  ponían etiquetas mecanografiadas,  o garabateadas a toda prisa: "no preservar con vida"

La mayoría de la gente ignora que existen lugares así cerca de sus casas y que alguien que decide quién vive vive y quién muere puede tener la angelical sonrisa de la pelirroja vecina del tercero.



Lagartija
Lagartija

Políticamente incorrecta. Lic. en Filosofía y CC. de la Educación. Profesora. Psicóloga. También escribo en infohispania.es

1 comentario:

  1. Ojalá fuera fácil tomar ciertas decisiones en según qué circunstancias, especialmente las que tienen que ver con la vida y la muerte. Verse bajo un cartel que dice a propios y extraños que uno es un enfermo final o inviable, que no se es candidato a trasplante, que será fusilado al amanecer o que se es calificado con cualquier otro eufemismo parecido, debe ser demoledor. De hecho, me cuesta creer desde la perspectiva que tengo ahora que ninguna de esas etiquetas pudiera ser aceptada en ningún grado por la víctima o por sus deudos.
    Sin embargo, y considerando que creo que el ser humano no es capaz de hablar de forma racional de su propia muerte, porque de ser así el mundo sería radicalmente diferente, he visto con mis propios ojos a personas muy sensatas, muy nobles y muy queridas por mí, pedir a gritos una muerte que ojalá hubiera estado en mis manos proporcionársela.
    Estoy contigo, querida Lagartija, en que la decisión de dar por perdida la esperanza de vida de alguien es algo que me repugna en lo más íntimo, aun a pesar de saber y aceptar de buen grado que existen miles de camas en hospitales especializados exclusivamente en cuidados paliativos que trabajan precisamente bajo esa hipótesis. Sin embargo, junto a ese calificativo impuesto que te define incompatible con la vida, coexiste otra etiqueta que yo pondría en marco dorado: el derecho a una muerte digna; la eutanasia, no como una condena por razones económicas sociales o técnicas, sino como un derecho a volver la espalda a un sufrimiento que se sabe estéril y camino de ninguna parte.
    Si quieres, llámalo cobardía, blasfemia o bordería , pero reconoce que también hace falta valor para tomar esa decisión, pues, aunque doloroso y humillante, lo fácil es dejar que Otros, o las circunstancias, decidan por ti en algo que te afecta tan de cerca.

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